lunes, 29 de enero de 2007

Guillermo Cortés Carcelén

"La Cultura en la Negociación del Tratado de Libre Comercio Perú – Estados Unidos"

Congreso de la República
9 de mayo del 2005

Guillermo Cortés Carcelén
Instituto Nacional de Cultura

En los últimos años la cultura ha cobrado importancia y es tema de debate, más allá de los foros que tradicionalmente se ocupan de ella. Organismos internacionales, además de UNESCO, organizaciones intergubernamentales – como la OEA, la Unión Europea, la Comunidad Andina, Mercorsur –, organizaciones financieras internacionales – como el Banco Mundial o el BID –, colectivos de la sociedad civil y los Estados, todos ellos de una u otra forma, han insertado a la cultura en sus agendas, vienen desarrollando programas o han creado espacios orientados a la investigación y la promoción de la cultura. Esto, debido al indiscutible consenso que la cultura forma parte y atraviesa todos los ámbitos de la vida y por tanto no puede hablarse de economía, política, modernización, globalización y desarrollo sin tener en cuenta su relación con la cultura. De hecho, una de las premisas de la que se parte es que la cultura incide sobre las decisiones y los resultados económicos, sociales y políticos, a la vez que las actividades económicas y las decisiones políticas, pueden debilitar o reforzar diversos aspectos de la cultura.

El debate mundial se centra en torno al reconocimiento de la dimensión cultural del desarrollo; a la necesidad del respeto, afirmación y consolidación de las identidades culturales; la ampliación de la participación en la vida cultural; la promoción de la cooperación cultural internacional, y a las implicancias del impacto económico de la cultura a nivel local y global. Si bien este debate aún continua, ya ha dejado en claro que la cultura constituye una dimensión fundamental del proceso de desarrollo humano y que sólo puede asegurarse un desarrollo equilibrado mediante la integración de los factores culturales en las estrategias para alcanzarlo. Sin embargo, comprobamos que cuando más parece tener importancia la cultura, es cuando se le concibe como factor económico, por su eventual contribución al crecimiento y al empleo y no necesariamente como elemento constitutivo y meta del desarrollo humano.

Cabe entonces preguntarnos en qué radica la importancia económica de la cultura. Una primera idea en la que todos podemos coincidir es que cuando hablamos de cultura, no estamos refiriéndonos ya a una cuestión de bohemia o de carácter suntuario, o algo para el tiempo libre o los fines de semana, sino que nos referimos a movimientos de amplia escala en la economía internacional, lo que le da en el contexto mundial un lugar prominente y estratégico en el desarrollo socioeconómico.
Una parte considerable de la cultura genera un impacto económico similar a otros sectores: en efecto, muchas actividades culturales dan origen a un sector productivo que genera una riqueza económica susceptible de ser apropiada en forma privada o pública y que, como la producción de cualquier otro tipo de bienes y servicios, contribuye al crecimiento económico global.
En estas actividades se utilizan recursos para su realización, que en la mayoría de los casos son valorados y transados en un sistema económico. Existe una gran cantidad de trabajo en la realización de actividades culturales que tienen valor económico; los productos que se logran con este trabajo tienen un valor de uso y de cambio para los que los demandan. Estas actividades tienen una dimensión económica, pues los procesos en los que se desarrollan tienen características de producción, intercambio y consumo. La dimensión económica de estas actividades es variada: algunas se desarrollan dentro de la dinámica de mercado; otras son subvencionadas por el Estado o por mecenas; y en muchos casos, las motivaciones de la creación residen en ámbitos distintos al de obtener ganancias y no necesariamente participan en dinámicas económicas de oferta y demanda donde el valor económico se vea reflejado en un precio.
La cultura como sector económico ha adquirido importancia que en los últimos años debido al crecimiento sostenido de la inversión económica en este sector, lo que la ha convertido en algunos países en un rubro muy importante de su producción, así como de sus exportaciones e importaciones. El sector cinematográfico, el editorial, el discográfico, para citar solo unos ejemplos, han logrado racionalizar sus procesos de producción, incorporar eficientemente la nueva tecnología, ampliar mercados y generar públicos y audiencias. Al mismo tiempo, han creado empleos en los diferentes momentos de las cadenas de producción y distribución de los productos y servicios culturales, adquiriendo así un peso que empieza a sentirse en variables económicas tan importantes como el producto bruto interno (PBI).
El universo de las actividades culturales es muy amplio, en cada de los sectores que integran la cultura, más allá de los procesos creativos, podemos identificar dinámicas económicas que responden a especificidades propias de la naturaleza de los contenidos, bienes y servicios que generan. Un grupo de estos sectores forman parte de las denominadas “Industrias Culturales” (también llamadas “industrias creativas”, “industrias comunicacionales”, o “industrias del contenido”), entre las que se encuentran la industria editorial (libros, revistas, publicaciones periódicas), industria audiovisual (cine, video), la industria fonográfica, la televisión y radio.
Se tratan de sectores productivos que su materia prima es una creación protegida por derechos de autor y fijada sobre un soporte tangible o electrónico; los contenidos, bienes y servicios culturales producidos, conservados y difundidos en serie, son de circulación generalmente masiva; cuentan con procesos propios de producción, circulación y apropiación social; y están articulados a lógicas de mercado y a la comercialización o tienen potencial para entrar en ellas.
Las industrias culturales a nivel global se han convertido en actores predominantes en la comunicación social y en la conformación de la esfera pública; un porcentaje creciente de la producción cultural se realiza en forma industrial, circula por redes transnacionales de comunicación y es recibida por consumidores masivos, que actúan como públicos de mensajes desterritorializados. Asimismo, en la estructura económica generada por la globalización las industrias culturales alcanzan un lugar preeminente y estratégico en el conjunto de las actividades vinculadas al crecimiento económico.

Es así por ejemplo, que en el caso de EE.UU. el conjunto de la actividad económica del sector cultural, particularmente impulsada por los rubros audiovisual y musical, representa el 6% del producto bruto interno (PBI), y emplea cerca de 1,5 millones de personas. Solo las exportaciones vinculadas a la industria de la música ocupan el segundo lugar en los ingresos del comercio exterior de los EE.UU., luego de los provenientes de la industria espacial.
En varios países europeos – como Francia, Inglaterra, Alemania, España – el sector cultural ronda o supera el 3% del PBI, pero este alto porcentaje también se presenta en ciertos países de América Latina, como es el caso de Brasil, México y Argentina. Recientes investigaciones del Convenio Andrés Bello permiten estimar entre el 2% y 3% del PBI la producción cultural en los países miembros del convenio como Colombia (2,08%), Venezuela (2,30%) y Chile (1,90%).
En el año 2000 las exportaciones del sector audiovisual argentino representaron US$ 64 millones. En México las exportaciones de sector cultural representaron US$ 21,000 millones, asimismo, este sector emplea a casi 1,5 millones de mexicanos. En el caso de Colombia el sector cultural emplea cerca de 300,000 personas y las exportaciones del sector discográfico alcanzan los US$ 15 millones[1].
El comercio de productos culturales ha crecido exponencialmente. Entre 1980 y 1998, el valor anual del comercio de bienes culturales pasó de 95,340 millones de dólares a 387,927 millones de dólares. Se estima que el valor de las industrias culturales en el mercado mundial ascenderá de US$ 831,000 millones en 2000 a US$ 1,3 billones en 2005, lo que representa una tasa compuesta de crecimiento anual de más del 7%.
No podemos dudar, entonces, que las actividades culturales tienen cada vez más, un mayor impacto económico en términos de renta y ocupación. Por ello, no sorprende que la cultura tenga un papel relevante en la economía mundial. Pero no podemos perder de vista que la producción cultural, y por tanto los bienes y servicios culturales no están marcados sólo por sus implicaciones económicas. Los bienes y servicios culturales transmiten contenidos simbólicos, crean e intercambian sentidos y participan activamente en la creación de imaginarios, memorias sociales y mundos de representación. A través de ellos circulan estéticas, valores, creencias y percepciones sociales con las que interactúan millones de personas en el mundo. Por ejemplo, a través de la música y el cine, pero también de la telenovela o los libros, las personas tienen experiencias cotidianas de reconocimiento, hallan posibilidades de identificación y motivos de encuentro. Los bienes y servicios culturales tienen además significados sociales y políticos, y tienen una profunda incidencia en la conformación de ciudadanías, la construcción de sociedades democráticas y la promoción del desarrollo.
Como ya habíamos adelantado, y las cifras que hemos repasado nos lo demuestran, hoy la cultura parece tener mayor importancia como factor económico, y no necesariamente como elemento constitutivo y meta del desarrollo humano. Es por ello, que no debería sorprendernos que sea un tema que ingresa también en la agenda de la liberalización económica a nivel mundial y particularmente a los procesos de negociación de los tratados de libre comercio.

Sin lugar a dudas, la liberalización comercial tiene repercusiones en la cultura y en las industrias culturales en áreas tales como servicios, bienes, inversión y propiedad intelectual. De ahí que estos procesos hayan despertado preocupaciones acerca de los impactos que puede tener sobre la diversidad cultural y políticas culturales.

Si bien no se da una inclusión explicita del tema cultural en las agendas de negociación, - en tanto no se crean capítulos o mesas de negociación específicamente sobre el tema cultural - entre otras razones porque sus efectos no son fácilmente cuantificables, la cultura es un tema transversal en las negociaciones comerciales, y sus efectos, directos e indirectos, transcienden el ámbito meramente económico y comprenden aspectos de la cultura y de los productos culturales. Esta lógica hace que el tema cultural esté cada vez más presente en el marco de los acuerdos comerciales, debido fundamentalmente a las preocupaciones generadas por la imposición de patrones culturales globales vs. las culturas locales y regionales; y a la particular situación que producirían las asimetrías entre las industrias culturales de los países que negocian.

Este ha sido el caso del TLC entre EE.UU, Canadá y México, el TLC EE.UU – Chile, el TLC EE.UU. – Australia, entre otros, y por supuesto de los procesos en curso. En todos ellos, se ha abordado el tema cultural, claro que de maneras muy diversas, pero con el común denominador de establecer medidas de protección de su sector cultural y mantener a futuro la capacidad de legislar y generar medidas que les permitan apoyarlo e impulsarlo, sobre la base que la cultura constituye un sector estratégico y esencial para el desarrollo de cualquier Proyecto País que se tenga. El caso del Perú y la eventual firma del TLC con EE.UU. no debería ser una excepción, especialmente si consideramos las implicancias y los compromisos que asumimos a futuro. De hecho, ante la negociación de un TLC, al igual que otros sectores productivos, el sector cultural está obligado a plantearse y reflexionar cuestiones fundamentales relacionadas a la situación en la que nos enfrentamos a este proceso y al cómo y hacia donde proyectamos nuestro desarrollo cultural.

Con relación a la situación en la que enfrentamos el TLC con EE.UU., permítanme, esbozar algunos aspectos que considero clave en esta reflexión. En el Perú, la relación cultura y economía no ha sido desarrollada suficientemente. La información que tenemos sobre la relación cultura – economía que hace referencia, entre otros aspectos, a la incidencia económica de los sectores de la cultura, al rol de la cultura en los procesos de desarrollo socio-económico, al funcionamiento de los mercados internos de bienes culturales (libros, discos, programas de televisión, etc.), a la caracterización y formas empleo cultural, y a las tendencias del consumo cultural, es muy reducida o inexistente. Esto probablemente se deba que la cultura en nuestro país ha sido enfocada esencialmente desde una visión patrimonialista, identificándola con la simple expresión artística, la protección del patrimonio histórico-arqueológico o al fomento de lo que conocemos como la "alta cultura".

Asimismo, si bien la cultura forma parte del discurso político, la realidad nos muestra una progresiva disminución del apoyo y presencia del Estado en la actividad cultural, a lo que si sumamos el desconocimiento de los aspectos antes mencionados, nos da como resultado que la cultura no haya sido situada en su verdadera dimensión y se desconozca el papel que desempeña en nuestro desarrollo y menos aún haya sido incluía en la agenda de las decisiones económicas y políticas.

Por otro lado, los creadores, profesionales y gremios de la cultura (sindicatos, asociaciones o colec­tivos de artistas de teatro, productores de televisión, cineastas, músicos o editores), a pesar de las dificultades y el reducido apoyo, han mantenido su apuesta por el desarrollo cultural del país, creando y produciendo, además de haber participado activamente en la generación de leyes o regulacio­nes para el sector. Sin embargo, aún no constituimos un movimiento organizado y cohesionado que cuente con una agenda concertada y con herramientas que nos permita entablar diálogos fluidos con otros interlocutores, que no seamos nosotros mismos. A esto añadimos que la cultura y en especial las indus­trias culturales nacionales, viene experimentando un proceso de extinción, debido a las condiciones económicas del país y a la piratería, entre otros factores. Las que han logrado sobrevivir presentan una gran debilidad y una menguada sostenibilidad de su producción.

En esas condiciones llegamos a un TLC con EE.UU., al mismo tiempo que convencidos del potencial que tiene el sector cultural en el Perú y del imprescindible rol que tiene la cultura en la formación de nuestra identidad. En este proceso, el Perú ha tomado el camino de la preservar la legislación vigente y presentar una reserva cultural, que mantenga a futuro nuestra capacidad de legislar y crear mecanismos de apoyo y promoción al sector cultural.

Pero queda aún por resolver el cómo y hacia dónde queremos orientar nuestro desarrollo cultural. Para algunos, en el ámbito cultural un TLC con EE.UU. no haría más que consagrar una situación ya existente. Y si bien esta afirmación podría ser cierta, me resisto a asumir que supone también la consagración de la situación del sector que antes he descrito. Si fuera así, creo que estaríamos contradiciendo lo que constituye en esencia los objetivos del tratado: generar posibilidades para el desarrollo socioeconómico del país, en donde el sector cultural puede jugar un rol de primer orden.

Bajo esa tónica, la mejor política defensiva de la cultura no necesariamente es la que pone restricciones al ingreso de los bienes y mensajes foráneos, sino la que fomenta la producción interna y ayuda a difundirla y entretejerla con la vida social. La que no solo considera como industrias culturales a las grandes empresas editoriales, musicales y televisivas; sino que toma en cuenta a la creación cultural que el mercado no reconoce, la que tiene que ver, por ejemplo, con proyectos de edición y comunicación audiovisual de alcance más corto, pero que son sumamente significativos para una localidad o región; la que abarca iniciativas de las radios y televisiones comunitarias, de las redes de lectores en internet y las revistas electrónicas, iniciativas que trabajan en la difusión y transmisión de la cultura local. Iniciativas de grupos y redes menos poderosos, pero que actualmente resultan más innovadores, creativos y dinámicos.

Proteger y defender la cultura en un país como el nuestro, supone impulsar el desarrollo de una competitividad dinámica de las industrias culturales, fortaleciendo a los productores nacionales y mejorando la capacidad de oferta como base para una integración más efectiva en los mercados locales, regionales y mundiales. Eso requiere, a su vez, el fomento de la capacidad local de los creadores, artistas y empresarios que trabajan directa e indirectamente en el sector cultural, lo que va de la mano de la formación de lectores, espectadores de teatro y cine, televidentes y usuarios creativos de los recursos informáticos.

La experiencia de los países que vienen trabajando “estratégicamente” sus industrias culturales demuestra que esos sectores pueden impulsar actividades con gran densidad de mano de obra calificada y con un elevado valor añadido, aprovechando mercados, que como el iberoamericano registra en los últimos decenios, cambios fundamentales que lo convierten en un poderoso mercado cultural.

Actualmente, quienes participamos del quehacer cultural y quienes dirigen los procesos de negociación de los tratados de libre comercio, estamos obligados a interiorizar las dos facetas del sector cultural -fuente de identidad y valor espiritual, a la vez que realidad económica en sí misma- de manera que por un lado, logremos el máximo aprovechamiento de sus aptitudes para contribuir al desarrollo social y económico y, por otro, el que su afianzamiento económico favorezca la creatividad cultural y su apropiación social.

Si el TLC con EE.UU., como lo explica el Mincetur, permitiría ganar competitividad frente a otros países y obtener un acuerdo equilibrado e integral que beneficie el desarrollo de las cadenas productivas de la economía, a la par que los sectores público y privado continúen haciendo su tarea para superar los problemas estructurales del país y elevar la competitividad de las empresas, las oportunidades y desafíos que nos impone un TLC no exceptúan al sector cultural.

No podemos esperar que la bonanza económica sea la que propicie el desarrollo cultural del país. Cuando en un país aún las grandes mayorías viven en la pobreza, cuando las personas están afectadas por las desigualdades, cuando vivimos en un país enfrentado, es precisamente cuando hay que intervenir en cultura, porque ello significa invertir en tolerancia, invertir en diversidad, invertir en creatividad, invertir en desarrollo.

[1] Convenio Andrés Bello. Proyecto “Economía y Cultura” (www.cab.int.co).

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